En esta ocasión fue Instagram, pero hubiera podido ser cualquier snapchat, o Facebook o Twitter,o cualquier otra red social.
Estaban hartas de comparar su grado de felicidad y su vida con las fotos y vídeos de los demás. Y por eso, hace poco 2 personas me dijeron lo mismo en un breve espacio de tiempo:
“- Algo que he hecho esta semana ha sido cerrar mi Instagram. No podía más, estaba ansiosa y todo.
- ¿Y ahora como estás?
- Mucho más tranquila, no te lo puedes ni imaginar.”
Ambas tienen una edad parecida (veintipocos) y aunque 2 personas no es una muestra representativa de nada, no me pareció casual. Algo pasaba. Por mi parte, a ellas las felicité de corazón, porque habían decidido priorizarse a si mismas y no hacer caso de las presión por parte de los demás por “salirse y no estar”.
En esta entrada no encontrarás por mi parte un alegato furibundo, tremendista ni anti-tecnológico de las redes sociales. Las uso personal y profesionalmente y siempre he disfrutado de la tecnología. El tema con las redes no son ellas, sino su uso:
Si las entendemos como una herramienta y aprendemos a utilizarlas a nuestro favor, son un buen recurso y con un potencial descomunal de construcción. Lo han demostrado este mismo 2018 los movimientos sociales del #MeToo -en España, hemos tenido el #Cuéntalo-, las movilizaciones contra la sentencia de «La Manada» o la huelga del #8M. Podemos utilizarlas para reunirnos, organizarnos e intentar cambiar el mundo.
Por otra parte, sería ingenuo no tener en cuenta sus lados oscuros, porque están. Estos son algunos de ellos:
– El principal vehículo de participación es la imagen. Colgamos y valoramos fotos y vídeos propios y de los demás.
Como le escuché a la Dra. en Humanidades Ingrid Guardiola: el uso de las redes es voyeur de la vida de los demás y a a vez exhibicionista de la propia privacidad y vida.
Cada uno/a de nosotros somos quienes tenemos y debemos poner el filtro de hasta donde mostramos a los demás. Es importante tener en cuenta esto: a más uso de las redes, más likes, más búsquedas, más interacción… más voyeurs somos y cuanto más colgamos, más exhibicionistas nos volvemos. Y más nos comparamos. Y más somos objeto -si, objeto- de comparación.
– Su despersonalización: En la red no somos personas de carne y hueso; somos fotos, estímulos… y datos. Es infinitamente fácil tener comportamientos que provoquen daño a otra persona en la red porque la pantalla es un medio y a la vez una barrera, un muro. Nos podemos permitir reírnos, insultar, humillar, suplantar y/o amenazar a otra persona. Enviar fotos intimidantes o acosadoras, difundir sus mensajes o datos privados…. Si no tenemos en cuenta nuestra humanidad, somos datos.
– No tenemos en cuenta que compartimos informaciones que se vuelven disponibles para mucha gente, la inmensa mayoría de la cual no llegaremos a conocer nunca. A veces valdría la pena preguntarse si compartiríamos en voz alta nuestras reflexiones o si nos pondríamos como nos ponemos en los selfies si estuviéramos delante de miles de personas. ¿Harías lo mismo si tuvieras a tus 3.400 amigos delante y observándote? hay quien si, pero la mayoría quizá nos pararíamos un minutillo a pensarlo.
– El anonimato, ya que si no hay denuncias a las autoridades, para según qué tipo de gente es muy goloso poder mantener conductas degradantes y delictivas sin apenas consecuencias.
¿Cómo puedo saber si me estoy pasando?
No podemos controlar las conductas que tendrán los demás. Solo -y no es poco- podemos coger la responsabilidad sobre las propias acciones, -lo que implica los pensamientos, decisiones y emociones-.
¿Cómo podemos ver que tenemos un problema con el uso de las redes sociales?
– Cuando la vida en las redes gana demasiada presencia respecto a la vida «fuera». Cuando existe un exceso de tiempo y energías dedicados. ¿Cómo se ve este exceso? Si estás más tiempo hablando virtualmente que personalmente. Si por «estar» en redes estás dejando de hacer otras actividades que haces o hacías. Si parece que no hay horarios, actualizas, das likes o respondes a cualquier hora. Si comes peor o duermes menos o peor -esto último es más importante de lo que parece-.
– Cuando existe una confusión entre nuestra vida más virtual, -donde una pantalla es un intermediario- y la que tenemos físicamente tocable, palpable, sin pantallas. La mente por sí sola no distingue si un sueño es real o no… hasta que nos despertamos, que es cuando lo recordamos, flipamos un poco y lo distinguimos. En mi opinión, ocurre igual con las conversaciones virtuales. Nos sentimos cercanos a personas o hechos que no están con nosotros, y reaccionamos entonces emocionalmente a ello.
No se puede evitar reaccionar emocionalmente, pero si podemos ser conscientes de ello.
– Cuando lo que pensamos de nosotros mismos y nuestros estados de ánimo dependen principalmente del juicio y de las reacciones de los demás. “Tantos likes, tantos followers, tantos amigos, ==> tanto valgo”.
– Cuando nos comparamos con la felicidad, perfección y vida ideal y de eterna sonrisa que enseñan los demás. Cuando nos frustramos y entristecemos por ello, vida como algo gris, sin importancia, sin «suficiente» felicidad. Con la sensación de «estoy haciéndolo muy mal con mi vida» o bien «no hago bastante, porque toda esta gente sí lo consigue».
– Cuando vivimos para mostrarlo en las redes. Cuando el ocio es un trabajo productivo más, en el que es necesario obtener resultados en forma de likes, shares y comentarios (“Guapísima!!”). Cuando has colgado una foto que ha tenido poco impacto en instagram y tu siguiente publicación es un selfie con todos los detalles pensados según lo que crees que gusta y por lo tanto “funciona”. Cuando estás haciendo de tu sonrisa tu máscara, tu vida.
A día de hoy, nos influyen porque nos comparamos.
Parece que por fin empieza a haber datos que lo confirman: Según este estudio de la Universidad de Pennsylvania, existe una relación entre el tiempo que se pasa entre la cantidad de tiempo que se pasa consultando instagram y los efectos sobre nuestro estado de ánimo. En concreto midieron: Autoestima, síntomas depresivos, ansiedad general, visión del propio cuerpo-.
La conclusión que da es interesante: no sería necesario suprimir nuestras cuentas, sino que lo conveniente es un uso lo más acotado posible en el tiempo posible. En otras palabras: cuanto menos tiempo se pase en ellas, mejor. Para mantener unos buenos niveles de salud mental, su recomendación es mantenerse en usar las redes sociales 30 minutos al día.
Estaos empezando a tener datos como este otro estudio -más incompleto porque la muestra solo la componen mujeres-: Instagram tiene efectos sobre la autopercepción, como vemos nuestro cuerpo. A más rato pasado en Instagram, peor y más distorsionado vemos nuestro propio cuerpo. Este efecto se da porque nos comparamos constantemente con lo que vemos en la pantalla.
Piensa en un momento en qué uso das a tus redes:
PARA QUÉ las utilizas, cuál es su propósito. Puedes pensar que es ocio, y seguro, pero mira que también participamos en una actividad económica. Con los datos que generas, otros hacen negocio. Y a éstos otros les interesa que no dejemos de alimentarles los datos. Tienes una herramienta gratis, pero siempre existe un precio para todo. En este caso, tu tiempo es tu pago.
¿Crees que tu tiempo no tiene valor? El dicho ya reza: «el tiempo es oro». El tiempo que dedicams a los demás ni a la patalla es tiempo que lno dedicamos ni a nosotros, ni a quienes quieres, ni a aquello que disfrutas.
En su ensayo “L’ull i la Navalla” (en catalán), Ingrid Guardiola escribe:
Ya no se trata de ver, sino de ser visto y al mismo tiempo, de acumular y actualizar datos. Las páginas web informativas, las redes sociales u otras aplicaciones están pensadas como una socialización del tiempo. (…) La sola idea de actualizar (refrescar) contínuamente las pantallas para ver qué interacciones hay o recibir notificaciones para alertarnos van en ésta dirección”.(Arcàdia Edicions, 2018, pág 38)
Sin tremendismos: ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo puedo ganar tiempo?
Silenciar las notificaciones. Son distractores y llamadas a la acción (a leer, a like, a compartir y sobretodo, a dejar lo que estás haciendo). Se puede hacer desde la configuración de sonido y notificaciones de tu smartphone. Cierra sesión de las aplicaciones mientras no las utilices -si, se puede hacer-. La batería te lo agradecerá también si en las opciones avanzadas desactivas las actualizaciones constantes de las apps. Haciendo esto, el móvil solo actualizará cuando entres en cada app.
Ponte un horario: hay quien a una determinada hora silencia y apaga la conexión de datos para no recibir nada hasta el día siguiente.Acostumbra a tus contactos a que no SIEMPRE estás disponible. ¿Verdad que en el trabajo tiene un horario -espero-? Emergencias aparte, quien te aprecie, entenderá los límites. Y si hay quien no… Pues aquí tienes un filtro.
Con una llamada solucionas mucho más rápido lo que sea, y es más directo que conversaciones de 50 notas de voz… O con notas de voz de 10 minutos.
Dejar el móvil boca abajo cuando lo dejamos. Si se ilumina, solo lo verá la mesa.
Salir a veces dejando el móvil en casa.
O aprovechar días de fiesta para estar largos ratos con los datos desconectados. Si se disfruta de aquello que se hace en su lugar, uno sin darse cuenta llega a olvidar que el móvil está (enserio, se puede).
El último punto es una reiteración: reflexionar un momentito, sin culpa ni drama ni darnos golpes en el pecho: Para qué las utilizamos.
Si tienes más ideas, estaré encantada de que las compartamos. O que me contactes para lo que necesites comentar.
¡Hasta pronto!
Foto: https://pixabay.com/es/humanos-observador-exposici%C3%B3n-2944064/