¿Qué puede bloquear un proceso de terapia y cambio personal? Naturalmente, muchas cosas. Pero en muchas ocasiones me encuentro lo siguiente: personas que tienen ganas de hacer cambios en su vida, los hacen, hacen cambios de actitud y personales significativos, pero no parece suficiente, algo les para y no acaban de saber el qué. Les cuesta dejar atrás algunos resentimientos y cuentas pendientes. En un plano más profundo, se aferran a un rencor, no siempre muy consciente.
Esta entrada va sobre rencor, qué es y lo que puede implicar en tu vida.
Cómo surge el rencor
Cuando nos relacionamos y vinculamos, se ponen muchos elementos en juego: las primeras impresiones, esperanzas, lo que damos, lo que obtenemos. Cuanto más cercano e íntimo es el vínculo, más hay en juego: lo más importante para nosotros es sentir que se nos está tratando (o se nos ha tratado) con justicia. Es decir, que nos sentimos valorados, reconocidos, con un equilibrio entre lo que hemos aportado y lo que obtenemos de esa relación con los demás.
Sufrir decepciones y sentir que nos afecta una injusticia nos enfada. Aunque es desagradable, el enfado es una emoción normal y saludable. Aunque más adelante si ese enfado no se disipa surge la rabia. Si esa rabia no la trabajamos, con el tiempo genera un gran rencor hacia esa/s persona/s. El rencor es desagradable, pero tiene un gran atractivo: nos reafirma en nuestra posición, lo mal que lo hemos pasado, lo injusto que eso es para uno/a mismo/a. “Cómo puede ser que me haya pasado esto, que me haya hablado así, con lo que yo hice por…”.
Es difícil dejar ir el rencor cuando aparece. Es como una estrella del rock sobre un escenario, es la protagonista, centra el show. De igual modo, el rencor se convierte en el protagonista, aunque silencioso: Nos invita a dar vueltas en nuestro pensamiento a lo ocurrido, una y otra vez, sintiéndonos muy legitimados en nuestro dolor. Con cada vez más resentimiento hacia aquella persona que nos dañó.
¿Cómo secuestra el rencor?
Quita perspectiva y la mirada necesaria y limpia sobre ti mismo. Te impide cuestionarte si quizá (sólo quizá) tu has tenido algo que ver en ello. Si has permitido algo. Si no has parado algo. Si en algún momento no has puesto límites o no te has protegido lo suficiente. Si te equivocaste. Te hace creerte víctima de algo durante mucho más tiempo del necesario. Te convierte en una víctima que no se ayuda a sí misma.
El rencor tapa sentimientos más profundos. Como la estrella del rock que consigue que sólo estés atento a lo que ocurre en el escenario, sin atender al alrededor: El rencor te distrae de la tristeza, la decepción que sientes por ti mismo. Evita que te dé ese bajón anímico que obliga a mirar hacia adentro. Es duro estar odiando a otros, pero más duro es estar triste contigo mismo. Preferimos la acción y el resentimiento (“tú me hiciste…”). Es activo, nos pone a tono. Nos da razones para estar de mal humor y sentirnos agresivos.
Y tú podrías decir: “si el rencor es activo y me da fuerzas, entonces está bien, ¿no? Haré cosas para mí.” Pues no. Y ahí es donde está la trampa más dura del rencor (si lo permites): No permite vivir futuro, ni presente. Tu mente estará viviendo en el pasado. Sobre “Lo que pasó, lo que me hizo, como me sentí, lo que no me reconoció”. Una y otra vez.
Puede llegar un momento en que lo importante no es lo que pasó, sino cómo de mal te sientes por ello. Puede llegar a pasar que nada te compense. Que muchas cosas te hieran y te ofendan. Que te sientas atacado/a. Y lo peor: Que llegues a atacar indiscriminadamente.
“El rencor es un veneno que te tomas tú, esperando que otro se muera”
No podrás vivir plenamente tu vida presente y futura, ni enfrentar obstáculos con todos tus recursos y focalizado/a si estás con tu atención fijada en el pasado. Ni vivir una vida con alegría y bienestar con el rencor y el enfado como emociones que te den gasolina. No se puede estar en dos sitios a la vez.
Decía Einstein que el tiempo sólo tiene una dirección: siempre va hacia adelante. Pero la mente puede quedarse estancada en el pasado. Si eso ocurre, da igual la fecha del calendario en que vivas. Tu tiempo emocional y vital no avanza.
Si quieres vivir más plenamente, es necesario que recuperes tu perspectiva. Trabajar para abandonar el rencor no te quita razones, no te hace más débil. Quizá pienses que, manteniéndote atento a lo mal que lo pasaste, evitarás que te vuelvan a hacer daño. Y puede ser que así caigas en una sobrevigilancia sobre ti mismo y los demás. Lo que lleva en muchas ocasiones a una sobretensión: una tensión y enfado con los que puedes hacer daño a quienes te rodean y quieran estar contigo. Con esto, además, te vuelves a dañar a ti.
Trabajar para vivir reconociendo las injusticias pero sin atascarse en el rencor te puede dar más fuerza, incluso. Desde una actitud de sentir amor y no pena por ti. No condicionando tu bienestar a otro.
¿Por donde empezar para desterrar el rencor? Una tarea como punto de partida.
- Escribe lo que ocurrió en tercera persona. Como si fuera un cuento o una novela escrita por alguien que vió lo que ocurrió sin participar. No pongas como te sientes o te sentistes. Reconstruye el relato, por orden. Por escrito y a mano. Tómate tu tiempo.
- Léelo después y luego al cabo de un tiempo. Analiza cómo te sientes, además del enfado. ¿Donde estabas tú en todo esto? ¿Qué hiciste?
Reconoce tu enfado. No te flageles, no lo hiciste todo mal. Ni probablemente todo bien. Si quien te ha herido no ha asumido responsabilidades en tu dolor, deja de esperar. Y responsabilízate de ti.
Piensa en todo el tiempo y energía que estás invirtiendo en sentirte mal y en dirigir tu resentimiento hacia fuera ¿Tiene sentido? ¿A donde te está conduciendo? ¿Estás mejor que antes? ¿Lo estarás?
Y luego, busca cómo librarte de ese enfado y esa ira.
Te animo a que hagas algo diferente y empieces (ahora si) a cuidarte. Es lo mejor que puedes hacer por ti. Aunque no sea fácil.
Y que así entren nuevas cosas en tu vida, con aires nuevos y con la puerta abierta de par en par.