¿Te has planteado nunca qué significa la Confianza para ti?
Muchas personas llegan a la consulta queriendo tener fuerza y sobretodo seguridad. Obtener la certeza de que algo malo no va a ocurrir, u obtener la seguridad de que no fallaremos o simplemente conseguir “seguridad en mí mismo/a”.
En la conversación que sigue después de esta frase, resulta que en muchas ocasiones la seguridad no tiene que ver con la fortaleza, sino con evitar la sensación de sentirse débil. Puede parecer que es lo mismo, pero si lo piensas un minuto, verás en seguida que no lo son. Queremos no sufrir delante de la vida, lo cual es lícito, pero también parece que querramos que fuera natural conseguible y deseable convertirse en un ser invulnerable e indestructible. La insensibilidad no tiene que ver en ningún caso, con una fortaleza sana.
Cuando esto ocurre, a mí me gusta poner encima de la mesa una palabra alternativa y que ayuda muchísimo más a la hora de verse capaz o no de tirar adelante con lo que nos echen.
Se trata de la CONFIANZA.
¿Por qué confianza?
Seguridad es una cualidad que viene de la palabra seguro. Y algo seguro es por definición, algo sin riesgo. Lo que ocurre es que, por mucho que lo intentemos, no hay ningún aspecto de la vida ni del mundo donde se pueda garantizar una inexistencia total de riesgo. Por mi parte, lo aprendí en mi época trabajando en prevención de riesgos laborales: ni en la NASA hablan del 100% de seguridad/0% de riesgo.
Éste es uno de los motivos por los que prefiero apostar por el término confianza, ya que ésta significa, por otra parte, tener fe, esperanza en alguien o algo.
El otro motivo vine del primero: la seguridad nos la tienen que proveer otros, nos viene dada o no de fuera de nosotros mismos, ya sea personas, cosas o las instituciones. Una frase que se atribuye a Benjamin Franklin dice que “Aquellos que renunciarían a una libertad esencial para comprar un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad”.
Si algo no depende en nada de nosotros mismos perdemos capacidad de acción de hacer o decidir, nos convertimos en un sujeto pasivo y dependiente de que esa seguridad funcione. Por otra parte, intentamos hacer todo lo posible porque esa seguridad no se nos escape, lo que nos genera una gran tensión, indefensión e inseguridad. Sea como sea, podemos quedar impotentes e indefensos.
Lo que perdura viene de nuestros afectos.
La confianza surge de uno mismo, es algo que podemos sentir en lo más visceral e interno. Cuando confiamos en alguien y se lo decimos, muchas veces ponemos la mano en el corazón, es algo que sale del afecto. Con esto quiero decir que igual que la confianza en los demás surge de la cercanía, del roce, del conocimiento y de la fe en que “no me fallará, me hará bien”, tiene tooooodo el sentido que la autoconfianza, la fe en uno mismo salga del amor a uno mismo y a la vez, lo alimente.
Buscar la seguridad, especialmente por miedo, merma la convicción de que uno mismo puede afrontar los problemas, los retos o la vida. Buscamos fuera aquello que dentro no se siente. Pero ocurre que la seguridad, si se llega a sentir, no produce la misma sensación que teniendo confianza porque surge a partir de la ausencia –y no total del miedo-. Para evitar el miedo, procuramos evitar los problemas o anticiparlos, a veces obsesivamente.
Cultivar la confianza conlleva tener la capacidad de hacer, aún sintiendo miedo. Cuando una persona hace un camino de escucharse, verse, valorarse, reconocerse y darse permiso, se cuida. Y cuando uno se cuida alimenta la confianza. Es un regalo que nos podemos hacer a nosotros mismos mucho más duradero que la seguridad, siempre más efímera.
Tener confianza no nos va a evitar el sufrimiento si ocurre, pero si nos ayuda a ganar capacidad para poder hacer frente a esos mismos problemas. Como mínimo, podremos sentirnos con potencial para hacer cosas, en vez de impotentes. Cuidar y cuidarnos es potente y potencia.
Desarrollaré un poco más estos puntos en la siguiente entrada.
¡Hasta pronto!
Foto de Life of Pix en www.pexels.com